Mujer de 56 años, casada y madre de cinco hijos e hijas, que ha tenido diversos empleos (cuidado de animales, tortillería, etc.). Durante la guerra, cuando tenía 22 años, el ejército llegó a su casa una noche acusando a su padre de ser guerrillero. Antes de esto, el padre había logrado huir de la casa. Sufrió violación sexual por parte de un soldado. Durante la violación le amarró las manos y la golpeó de manera brusca. Resultado de los golpes no puede oír muy bien.

Los impactos de esta violencia fueron muy fuertes, físicos, emocionales y psicológicos. Al principio solo su madre supo de la violación sexual, porque estaba junto a ella en el momento de los hechos. A su padre se lo contaron mucho tiempo después, ya que la vergüenza que sentía, el miedo y la desconfianza no le permitieron contar lo que había sucedido. Tras la violación huyó de la comunidad y migró a la ciudad en busca de oportunidades, sin saber que producto de la violación se había quedado embarazada. El miedo, la vergüenza, la soledad, la búsqueda de trabajo… hicieron que esa época fuera muy difícil para ella. Logró un trabajo que le ayudó a sobrevivir de manera digna durante la concepción y tras el nacimiento de su hijo.

Estuvo fuera de su comunidad durante varios años. Conoció a un hombre que quería hacer su vida junto a ella. Regresó a su comunidad con él y juntos tuvieron 4 hijas. Pasados los años, su esposo empezó a emborracharse hasta llegar a ser alcohólico, y empezó a agredirla. Con el tiempo, ella logró denunciar las agresiones. Además de la violencia física, sufrió violencia económica, aunque esta no se visibilizaba. Finalmente el juzgado dictó sentencia y asignó una pensión alimenticia para su familia.